De ahí en adelante todo fue historia llena de crecimiento y superación, que debería servir de ejemplo a las nuevas generaciones de actores cubanos. Al concluir su estadía entre los títeres y la imaginación, zarpó su barco hacia el teatro tradicional. Su profesor Mario Rodríguez Alemán, que también en esa época representaba en el Teatro Dramático Nacional y el Conjunto Dramático Nacional, le insistió para que audicionara para el grupo en donde estuvo hasta que éste se disolvió.
El Grupo de Teatro La Rueda (TR), fundado por el argentino Néstor Raimondi y dirigido por Nelson Dorr, le abrió las puertas, y así se vio inmerso en un grupo lleno de grandes estrellas que participaban en la Televisión, Teatro, Radio y Cine cubano. Estrellas como José Antonio Rodríguez, Carlos Ruiz de la Tejera y Luis Alberto García; por supuesto que habrá muchos otros artistas noveles que al igual que éstos, hoy son grandes figuras de la cultura cubana. La singularidad de este grupo radicaba en el montaje de grandes espectáculos, sobre todo dramas o tragedias como las de Shakespeare, Cervantes y Homero. Aunque aquí su participación tampoco duró mucho tiempo, le sirvió como una tercera escuela después de compartir escena con los Pepe, Carucha, Ulises García y el Conjunto Dramático; pero aún le faltaba aprehensión actoral antes de realizar su acto final.
Y como todo hombre que vive a través de representaciones, esa no fue su última compañía teatral, faltaba todavía su estancia en la obra "Las Doce", dirigida por uno de los genios del teatro moderno cubano: Vicente Revuelta. Carlos, en diferentes oportunidades confesó que esta compañía le ayudó a sedimentar ideas y conceptos que representan al teatro en su totalidad, y sin dudas, así fue. En vídeos que podemos conseguir de esa etapa de Carlos Pérez Peña se refleja su crecimiento actoral, se percibe soberbio y sobrio. La manera de "hacer" de Vicente con el entrenamiento del actor desde la perspectiva de que éste es un ente psico-físico-expresivo, traspasa la barrera de limitarse a interpretar un rol en una determinada escena.
La madurez que adquirió en cada colectivo teatral le ayudó con el método interpretativo de la que se volviera su puerto definitivo, y ese sería el "Teatro Escambray", alcanzando aquí su consagración en el temprano año de 1968 y que hasta el día de hoy aún permanece. La singularidad de este conjunto es que su base operativa se encuentra en el macizo montañoso del mismo nombre. Llevando el fino arte del teatro a lugares que jamás soñarían con una obra artística de ningún orden, sino se radica en la capital del país o los centros de las provincias.
Sin embargo, el legado más importante del Teatro Escambray es su manera primitiva de "hacer", su vívido realismo, característico de sus actuaciones, sin duda es admirable, fogoso, espléndido y exquisito; la concreción de las actuaciones impacta a cualquier espectador. Siempre surge la pregunta: ¿Cómo lo hacen? Actuaciones que siempre están a la caza insaciable de provocar y contradecir, siempre bajo la estela de lo controversial e incómodo, dirigido a los criterios más conservadores. Imposible tener esas características y no representar a la sociedad cubana.
Con todo esta frondosidad actoral de Carlos Pérez Peña es inconcebible no hacer un artículo sobre él en este momento, pese a que su permanencia en el Teatro Guiñol fuera tan corta. Su historia forma parte de la impronta de este pionero colectivo. Sirva también de un pequeño homenaje de parte de alguien que admira el arte de los grandes monstruos de las tablas cubanas.