Los hermanos
Camejo iniciaron estudios en la Academia de Arte Dramático (ADAD) en 1947 y de ahí se graduaron en 1949. En ese mismo año comenzaron a practicar la actuación mediante su retablo ambulante, con el cual ofrecían funciones en las escuelas
públicas de la capital. En 1950 fueron contratados para una “misión cultural”.
Esta misión consistió en promover la cultura cubana y sus tradiciones
por medio de las marionetas. Por lo tanto, a partir de ese momento serían nada más y nada menos que un instrumento pedagógico por excelencia, sujeto solo a la imaginación de estas dos personas
extraordinarias.
Todo comenzó a situarse en su lugar cuando en 1963 Carucha y Pepe Camejo junto con Pepe Carril deciden fundar el Teatro Nacional Guiñol Cubano bajo el auspicio del Consejo Nacional de Cultura. Luego se incorporaron Carlos Pérez Peña, Ulises García y Alonso Lastre. Poco tiempo después se unirían Xiomara Palacios, Armando Morales, Ernesto Briel, Antonia Eiriz, Gildo Ginar y Antonio Vidal. Estos tres últimos no se dedicaban al teatro en sí, sino que eran pintores y representaban a la vanguardia de las artes plásticas del momento; colaboraban con Carucha sobre todo, y también con Los Pepe de manera activa. Ninguno de estos actores y colaboradores sobrepasaban los 21 años, por lo que tenían una responsabilidad bastante grande dentro del arte, aún más cuando habían fundado una institución y una unidad artística dentro de la recientemente nacida Revolución Cubana.
Aunque en
sus principios muchos del alto mando del gobierno cubano no comprendían la
función de esta expresión del arte, la dejaron ser en ese momento. Carucha y Pepe Camejo junto a Pepe Carril se
dedicaron a investigar y montar obras basadas principamente en la cultura
cubana y sus vericuetos. Esta etapa dio lugar a un período cultural muy interesante que arrojó luz a historias olvidadas,
pertenecientes a la Cuba profunda y su imaginario. Tal es el caso de
Chicherikú, Shangó de Ima; y clásicos como La Celestina, El Mago de Oz y La
Cucarachita Martina. Los guiones de los dos últimos títulos los
adaptó Aberlardo Estorino para las puestas en escenas de Carucha y Pepe.
Luego de
un tiempo, los tres comenzaron a hacer sus trabajos en solitario, sin dejar de
colaborar como grupo. Según la propia Carucha, en entrevista dada a David
Arocha: Pepe era un clásico y en sus obras se notaba la hermosura que
representaba con actos bien conformados, montajes altisonantes,
atractivos y dirigidos al público infantil. Ella, por su parte, representaba a la aventura y la osadía, algo así como los mambises en la manigua cubana. Podías encontrarla en la madrugada
ensayando para estrenar un espectáculo al día siguiente. El teatro de Carrril era más visceral, estaba construido desde las emociones, dedicado a públicos de todas las edades en su mayoría.
La
Fundación del Teatro Nacional de Títeres no fue una labor fácil porque aunque tuvieron muchas ideas
geniales, también muchos oponentes influyeron en su creación, desarrollo y finalmente la desaparición de esta expresión artística. Hasta el día de hoy la obra de Carucha, Los Pepe, Ulises, Carlos, Xiomara, Armando, Ernesto,
Antonia, Antonio y Gildo siguen siendo eternas y
sobrepasan la barrera del tiempo; dejándonos monumentos intangibles en sus adaptaciones y obras originales realizadas para el teatro
de títere como:
- La Corte del Faraón
- Yo o Vladimir Maiakovky
- El
Reino de este Mundo
- Venus
y Adonis
- Juan Tenorio
- La
Blancanieves
- Cecilia Valdés
- La
Cenicienta
- El
Patito Feo
- Don Juan Zorrilla
- Pedro y El lobo